La incomodidad es productiva.
Ha de ser el punto exacto, como el frío. Ni tanto que nos paralice ni tan escaso que nos duerma.
Pero una ligera desazón a la que no podamos poner nombre entre tanta comodidad de edredón de pluma y sofá viscoelástico nos echa a la calle sin saber muy bien qué es lo que tenemos que encontrar.
Y que no llegue el día en que sepamos exactamente qué buscar. Ni tengamos nombre para todo. Un nombre cómodo como un relleno de plumas de pato.